“NECESIDADES IMPENSADAS” ( Parte IV : 15 años en Santiago)
Capítulo 19.- Arribando en La Capital
Estábamos bien en la Villa Santa Carolina, incluso tuvimos la posibilidad de sacar de un tremendo lío a un pariente de mi esposa, que debió trasladarse urgentemente a Santiago desde Punta Arenas. No le entregaron tan rápido su casa, porque el arrendatario se tomó su tiempo. Le prestamos un dormitorio y ahí se instaló con su esposa, dos niños pequeños y un tercero recién nacido. Se suponía que era por poco tiempo, pero fue mucho más que eso. Cuando se marcharon fue un alivio, pero les vendría una calamidad mayor. El primo administraba una molinera en Punta Arenas y como la JAP andaba muy sobresaltada con las especulaciones, revisó la existencia de granos en la molinera y no coincidía. Como el único con domicilio conocido de esa empresa era el primo, fue detenido y llevado directamente a la vieja cárcel de Capuchinos, donde se encausaba por delitos económicos. Le alcancé a llevar una manta de abrigo y algún mastique, antes que lo llevaran con custodia a Punta Arenas. Allá pasó 15 días, hasta comprobar su inocencia y la dieron libertad provisional. Su esposa quedó en su casa, pero también bajo nuestra custodia hasta que volvió el primo, a quien afortunadamente le conservaron el buen trabajo santiaguino que tenía, antes de radicarse en el Sur. El primo además era bueno para el pool y nos dio clases en una pequeña mesa que teníamos en la Villa Santa Carolina. Y su señora, un siete. Sin duda fue lo mejor que le pasó en Punta Arenas fue casarse con ella.
“Más papas a la cazuela”
Entretanto se produjo un serio amago de catástrofe familiar de mi hermano mayor, que mi padre trató de arreglar rogando al Altísimo. Estimó que la solución para ese matrimonio desacoplado, era vivir independientes en una casa y no rodeado de parientes. Primero fuimos nosotros en el Paradero 15 de la Gran Avenida, cuando recién se casaron y hasta que tuvieron la primera hija y nuestra primera sobrina. Luego para mayor comodidad, pues vinieron otros dos hijos, se trasladaron a la casa de los padres de su esposa, donde duraron un par de años hasta que empezaron problemas serios. Nuestro padre, amenazado de tener que correr solo con ese arrendamiento en San Migue y por la llegada a vivir a nuestra casa la Tía Clara, solterísima cuñada que había cuidado a nuestra abuela temucana hasta su partida al cementerio. Casi toda su vida la cuidó, y entonces le pareció muy bien cambiarse de aires y venirse a Santiago donde su hermana Elena. Ambas se fueron ese primer año a pasar un mes de vacaciones con su hermano, que tenía una casa entre Villarrica y Pucón. Hasta ahí todo bien…Sin embargo…
Entre gallos y medianoche…
Surgió una alternativa para arreglar “todos los problemas de un viaje” y que nuestro padre urdió pacientemente, mientras las dos señoras se encontraban en total inocencia vacacionado a orillas del Lago Villarrica. Ocurrió que un “hermano en la fe” - que no era ni pobre ni malo para los negocios - le ofreció aq Don Leo que se fuera a cuidar una propiedad que tenía en Peñalolén. No pagaría arriendo y su tarea consiste en “hacer soberanía”; para que los “ amigos de lo ajeno”, no desvalijen la casa. El puzzle se completaba desocupando la que habitaban en calle Segunda Transversal – frente a la Plaza Atacama - y que pasaría a ocupar en exclusiva mi hermano mayor y su familia. Según él, su programa era absolutamente ganador para todos y hasta podía tomarse como una bendición para la mayoría de los parientes involucrados. Entonces, sin hacer mayores consultas, desocupó la casa y trasladó los muebles a Peñalolén. Ya se movilizaba en la “citrola” que le vendí, y su negocio de venta en “cuotas” marchaba “ y al estilo Fallabella” (se adelantó a las tarjetas de crédito). Y todo calladito, para evitar demasiado “diálogo inconducente” y haciendo suyo el eslogan: “ Avanzar sin tranzar”.
Realidad con Renuncia
La primera vez que acompañé a mi padre a la ”casa gratis”… tuve que hacer esfuerzos para no estropear su entusiasmo. A unas seis cuadras antes de llegar a la meta, se acabó el pavimento y en plena cuesta. Entonces observé con bastante susto, cómo la “citrola” escarbaba furiosamente en el ripio para seguir hasta la meta. Cuando llegamos vi que la casa era vieja, de adobe, con un cierto aire patrimonial, pero lo verdaderamente angustioso era que la ciudad se terminaba justo ahí. Los vecinos serían sólo conejos que habitaban entre los matorrales. Mi padre hizo alabanzas al aire puro que allí se respiraba , pero más preocupante era la cercanas nieves eternas que encrestaban dicho paisaje. El único vecino - en realidad vivía un par de cuadras más abajo-, resultó ser una especie de fantasma de Don Quijote de la Mancha, pues hasta tenía armaduras auténticas que adornaban el frío living de su casa. Todo parecía una locura, pero guardé respetuoso silencio para no abochornar a mi padre.
Mentiras piadosas
Felices se bajaron del tren las señoras en la Estación Alameda. No habían dormido mucho con el traqueteo de los rieles, pues ellas pasarían por esta vida sin viajar jamás en el coche dormitorio. En tal estado de trasnoche, subieron sus adoloridas articulaciones a la “Citrola”, confiadas que yo las llevaría naturalmente con destino “a la casa” de siempre. La Tía Clara – a pesar que casi no conocía Santiago, pronto se percató que en lugar de tomar camino a la Gran Avenida, agarramos por Avenida Matta y directo hacia la Cordillera de Los Andes. Yo respondía sus preguntas con evasivas , repitiendo con algunas variaciones “ el programa” ideado por mi padre y que a medida que fueron pasando los días me pareció absolutamente errado propio del realismo mágico de García Márquez. El cálculo más conservador indicaba que si nos demorábamos más de 30 días, nuestras viejas abandonarían Peñalolén ya demasiado tiesas , a causa de tantas nuevas preocupaciones.
¿Milagro de nuevo?
Con mi mujer llegamos a la conclusión que todo se arreglaría si cedíamos nuestra casa a las señoras y a mi padre. Nosotros -aprovechando que ella también empezaba a generar recursos – arrendaríamos en otro lado. Y claro, nos entusiasmó una oferta en Las Condes y fuimos a verla “aunque fuera para turistear ese fin de semana”. Ubicada en calle Fray Bernardo, resultó una primorosa casa al lado de una mucho más grande, dentro de una parcela de agrado y el arriendo incluía el privilegio de usar la piscina y el cuidado parque de los dueños. Como tenían una parejita de niños iniciando se en un colegio, les encantamos como posiblesvecinos. Nuestra calidad de profesionales jóvenes alegró a los arrendadores, y, al dueño de casa le pareció estupendo “que yo perteneciera a las Fuerza Armadas”. Les gustó también la franqueza del Fiat 600 que nos heredó nuestro amigo Sami Alamo, sabiendo que no infectaría los Jaguar del parcelero, pues la casita tenía su propio estacionamiento y entrada independiente…. Etc. Etc. No podemos pagar esto, dijimos con franqueza y nos fuimos.
Próximo Capítulo 61/ 20 de la IV Parte: “Increíble pero cierto”