IV Parte: 15 años en Santiago.
Cap 15 : Llegando a la meta
Los dos últimos años de estudio de odontología los realicé con mucha suerte y con el abrigo de la fé. Me acompañó la salud y también una profunda paz espiritual, que atribuyo a mis andanzas con los mormones. Y surgió otra urgencia de fé, pues mi novia desarrolló una nefritis crónica que le hizo perder un año de estudio. Fue un período difícil pues ella se deprimió muchísimo, sobre todo que debía permanecer en cama, para una mejor evolución de su problema renal. Todos los meses hacía un completo examen, y la decepción era grande cuando la enfermedad no cedía. Esto se produjo cuando yo había desarrollado muchas dudas si debíamos casarnos. Sin embargo en esa situación de dura prueba para ella, terminar nuestra relación cuando era el más fiel apoyo con que contaba en Santiago, hacía suponer un golpe adicional. Como rezábamos juntos pidiendo por su salud, ella aceptó también bautizarse en la Iglesia Mormona. En tal situación, ambos cerramos los ojos y ese verano decidimos casarnos en Gorbea.
Visualizando la especialidad
Ya a fines de cuarto año no me quedó duda alguna que me dedicaría a la Ortodoncia, pues me gustaban demasiado los fierros. Creo que empecé odontología sabiéndolo y ya en quinto año, antes de recibirme, me acerque al Dr. Juan Pequeño Botarro, Jefe de una clínica que funcionaba los sábados en la mañana en el Departamento Dental del Hospital José Joaquín Aguirre. Allí el Dr. Pequeño recibía alumnos que tenían la intención de seguir la especialidad. Era un ambiente muy agradable, pero donde recién se había producido una guerrilla académica con el Dr. Colin. Ambos eran académicos de la Cátedra de Ortodoncia fue tan fuerte la disputa, que no podían juntarse en la misma pieza. Ambos eran meritorios y se ajustaron en días diferentes. Como me acomodaba el sábado, antes de recibir mi título inicie la meritancia práctica. Se requería mil horas registradas en un servicio, para postular a una de las 7 plazas que había en Chile para iniciar los tres años que duraba el doctorado en la especialidad.
El milagro de los palitroques
Pronto me hice regalón del jefe por una casualidad del porte de un buque. Una prima de mi madre de muy buena situación económica y casada con otro descendiente suizo que fabricaba zapatos en Valdivia, sufrió la quiebra de su negocio debido a una ludopatía que terminó afectando totalmente su personalidad. En tal condición la Tía Elby, que nunca había trabajado en algo fuera de su casa, tuvo que hacer de tripas corazón y buscar un empleo. Lo halló en el Colegio Suizo de Santiago, donde gracias a su ascendencia y dominio de suizo, alemán e inglés, le dieron el empleo de ama de llaves, que desempeñó con singular competencia, lo que permitió además tener a sus cuatro hijos becados en clases y además vivir en el colegio. Nunca había conocido yo una mujer tan valerosa. No le entraban balas y no dejaba pasar ninguna posibilidad de que se le cruzara por delante. Cuando la visité y supo mi historia universitaria, ella - que sabía muy bien de las pellejerías que había sufrido su prima casándose con un marido pobre- de inmediato me sugirió que me hiciera socio del Club Suizo, “ pues tenía perfecto derecho por nuestra ascendencia de colonos que vinieron a La Araucanía en 1883. Me presentó al concesionario del Casino, quien me invitó cordialmente que viniera con amigos a jugar en la cancha de palitroques. Y eso dejó conforme a la Tante Elby.
Subida de los bonos con el Dr. Pequeño.
Invitar a todo el equipo a jugar palitroque en el Club Suizo, resultó una chuza perfecta cuando el Jefe decidió una celebración con sus colaboradores. Lo anterior se consolidó cuando el Dr. Pequeño me incluyó en la comisión organizadora del “V Congreso Panamericano, para el estudio de las Disgnasias”. Al mismo nivel conl Dr. Reinaldo Schulz y la Dra. Cristina Sainz, lo que aceleró mi calidad de dentista, antes de recibir oficialmente el título. Los progresos económicos no se hicieron esperar y llegó la hora del casamiento y la urgencia de arrendar una casa para vivir con mi esposa. Ella eligió la especialidad de Pediatria y fuimos recibidos por el vecindario de la calle 9 Norte de Villa Santa Carolina, como dos profesionales jóvenes sumamente bienvenidos. Al igual que el Dr. Pequeño, pensaron que “éramos personas bien”, aunque éramos algo ilegales profesionalmente.
Cuenta Sureña por pagar
La hermana mayor de mi madre, que nunca se casó y acompaño a nuestra abuela hasta que falleció en Temuco, decidió que no quería vivir más en la casa de su hermano Ernesto, quien además consideró oportuno que mi madre se hiciera cargo de ella, ahora que todos los hijos estaban bien puestos (el Tío Ernesto nos ayudó a todos de una u otra manera). Era prudente entonces no sacarle el cuerpo a la responsabilidad, pues además la tía y mi madre pasaban un mes de vacaciones en la casa de veraneo que tenía entre Villarrica y Pucón. Ahora la casa en San Miguel, tenía espacio. Mi hermano mayor con su esposa Mirna y tres hijos se fue a vivir con los suegros. Y al cambiarnos de casa con Alicia, quedarían sólo mis padres allí, nada impedía que la tía Clara se viniera, cosa que se hizo sin mayores consultas. Mi padre no contaba mucho, pues salía bastante consolidando su negocio de venta de ropa a plazos entre la hermandad evangélica, con quienes se sentía maravillosamente bien. Tenía sentido que las hermanas vivieran juntas; pero pagar el arriendo le molestaba a mi padre y se veía venir un problema en el matrimonio de mi hermano mayor. Todo era un verdadero puzle, y las cosas podrían empeorar.
Alcanzando la Citroneta y perdiendo el Huevito
No cabía dudas que Dios estaba con nosotros, pues el boliche en la Villa Santa Carolina empezó a producir muchísimo más que en San Miguel. Ya tenía este proyecto de odontólogo y ya varios años de profesor en San Gregorio, la posibilidad de acceder a una Citroneta. En el viaje al Sur que hicimos casi se desintegra el huevito al subir la cuesta de Collipulli. Justo cuando una compañera de Alicia, casada con un dentista, decidieron vender una citrola en muy estado, que dieron en parte de pago en una afamada compraventa de Alameda. Entonces supe que era un tremendo negocio esto de la compraventa de vehículos. El margen que operó entre lo que le tomaron como valor al Dr. Blanco; y el precio que pagué yo 24 hrs después en el mismo lugar, me pareció sencillamente odioso. Sin embargo aquello sólo fue el anuncio de una calamidad peor. Un cuñado de Ernesto Cerón, compañero normalista de Chillán y de grandes partidos en el Club Unión Arauco del Barrio Matadero ; me pagó con cuatro cheques, que puntualmente salieron sin fondos.
Cap 16 : Títulos en 1970 : Yo Dentista y Allende Presidente