El autor se estimula a escribirlas pues evocan muchos hechos y lugares que también podrían resultar evocadoras para algunos lectores otoñales, que podrán incluso incorporar nuevos detalles (“yo viví o me acuerdo de eso”) . Cuando todo indica que la letra impresa en papel tiene sus décadas contadas, Don Jubilón persevera en dejar a hijos, nietos y bisnietos, la tarea el recoger y ordenar esta verdadera “Historia sin fin” que si la salud le acompaña, debería llegar al capítulo 100. Vamos pues cruzando a medio camino (54).
IV Parte: 15 años en Santiago.
13.- Las trampas de la fe (1968)
En ese segundo semestre sin ir a San Gregorio, tuve hasta tiempo de leer temas extra odontológicos. Entre éstos profundizar lecturas bíblicas que me marcaron de niño y que recordaron los mormones norteamericanos. No recuerdo bien sus nombres, pero uno era de apellido Udall. Ellos predicaban la doctrina siguiendo los mismos métodos que daban éxito a diversas mercadotecnias inicialmente aplicadas para una Sociedad de libre Mercado. Los misioneros eran financiados con fondos familiares asociados al diezmo bíblico que pagaban puntualmente los miles de hermanos afincados en el estado de Utah USA. Estos misioneros mormones siguieron pastoreándome con paciencia, hasta que decidí bautizarme. Total dejar de fumar y beber alcohol era pura salud que necesitaba. No tomar café ni Té (también eran consideradas bebidas “espirituosas”, cosa que yo consideraba un exceso y que a lo más tomaba con mucha leche y listo. Siempre he pensado que los mormones significaron mucho en esa época de “trabajos forzados” que significó mi Educación Superior. Entonces devoraba notas de Octavio Paz, Vargas Llosa, García Márquez, Neruda, Parra, Ignacio Valente, etc; postergando para cuando tuviera tiempo, leer sus libros completos, cosa que recién estoy haciendo.
Llega la novia del sur.
La novia del sur logró su traslado a la Universidad de Chile iniciando su quinto año de Medicina y yo el cuarto de Odontología. Entonces empezó a tener frecuentes amigdalitis que aconsejaron la extirpación de las dichas glándulas, cuando los exámenes correspondientes indicaban el comienzo de daños renales. En esos momentos nos pareció prudente que se fuera a vivir a nuestra casa cerca del paradero 16 de Gran Avenida. Y algo favoreció nuestra salida temprana en la mañana, gracias al fútbol. Uno de los compañeros de equipo (actual Decano de la Facultad de Odontología de la “U)”, viajaba con su padre que nos dejaba en Mapocho. Afortunadamente la compañera de curso que me gustaba empezó a pololear con otro compañero del grupo y ello me facilitó la tarea de serle fiel. En todo caso prefería no pensar en estos temas. Opté por ponerle dificultades colaterales, como el hecho de que resolviera ella “voluntariamente” también bautizarse en la Iglesia Mormona. A la fecha ya tenía yo un cargo de importancia en la organización, primero en la Capilla de San Miguel y luego en el Distrito de Santiago. Los diezmos de los hermanos de Salt Lake City eran tan cuantiosos, como su fe.
Parando un “Boliche” dental
Era costumbre entonces que terminado el cuarto año uno podía armar una clínica dental clandestina, que se denominaba “boliche”, donde se efectuaba extracciones sencillas y no tanto, mas obturaciones y prótesis, con una demanda extraordinaria. La casa que arrendábamos a un sastre italiano de apellido Lapolla, tenía un pasadizo desde el antejardín al pequeño patio interior. Mi padre construyó una pieza de madera, con agua corriente para un lavamanos y un “escupitín”. El sillón me lo proporcionó mi hermano ya dentista, de un boliche que él había armado en Monte Aguila, en casa de la abuela. El resto fue una lámpara y un braquet para allegar al paciente las herramientas, líquidos desinfectantes y un algodonero, que medio siglo atrás habría usado otro bolichero, empezando su profesión como dentista. Pronto pude apreciar la tremenda diferencia que existía entre los honorarios de un profesor básico y los de un odontólogo -aunque bolichero -, pero con todo el mundo por delante.
Cambiar moto por “Huevito”.
La moto alemana Maico 250, de dos tiempos (echaba humo azulito) se la vendí a un Sargento de Carabineros, con un sentimiento encontrado de felicidad y cargo de conciencia. En realidad estaba ya bastante trajinada y calculé que el nuevo dueño se pondría “verde” solucionando una retahíla de problemas que ya se avecinaban. Además que el Sr. Rafalowsky – único en Chile que vendía los repuestos - era frío como el mármol a la hora de cobrar por los repuestos. El progreso para pasar de dos a cuatro ruedas surgió cuando el Dr. Huerta, instructor de microbiología, puso en venta su Nobel 200 con motor Sachs de motocicleta. Iniciaba entonces la promoción vehicular de moto a “Huevito”; que implicaba irresponsablemente ir cuatro personas, en una carrocería totalmente de plástico. El Dr. Huerta accedía ya al punto siguiente que en Chile era comprarse una Citroneta. Compré ese “Huevito” con una cuota al contado y mensualidades, en lo que fue mi segunda calilla a plazo – la primera fue la moto -, alentado con la creciente demanda de mi boliche, cuando en el vecindario se corrió la voz que había llegado “un dentista”.
…Lo que son los dientes…
Otros pacientes surgieron en la misma escuela, donde la demanda para hacer conseguir una prótesis dental, era largamente superada por la cantidad de clientes que aspiraban a mejorar su sonrisa a bajo costo. De ese sector postergado recuerdo a un paciente inolvidable, que le faltaban varios dientes en la “línea delantera”. Era joven y además tenía secuela de poliomelitis, pero cuando le instalé la prótesis, mirándose en un espejo de mano se sintió tan otra persona, que parecía no reconocerse. Estuvo un buen rato sonriendo y comprobaba que no era un sueño, cambiando el ángulo del espejo. Finalmente se bajo del sillón dental gozando finalmente cesa seguridad tan postergada por mucho tiempo y terminado por fin aquello de ser segregado violentamente por su problema dental. Cuántas veces hubo ojos femeninos que examinaron su rostro, pero que huyeron apenas se percataron que en la puerta abierta del rostro, surgía la triste escena de su descalabro dentario. . Entonces descubrí que más allá de la bonanza económica que se abría esplendorosa como odontólogo, había todo un desastre social que cargaba más fuerte aún que las otras pobrezas de la mayoría de los compatriotas: su dignidad y derecho para ser amadas y no rechazadas antes de siquiera evaluar su alma repleta de bondades. Entonces había solo tres escuelas de Odontología en el país; Santiago, Concepción y Valparaíso. Y pasarían 40 años hasta que se fundara una cuarta Escuela Dental en Temuco. Hoy existen más de 30 y muchos más que antes, suspiran por un dentista.
Próximo Capítulo: 14.- Avatares y decisiones. (Parte IV: 15 años en Santiago).